Hijo de la Muerte

Recomiendo leerlo con el móvil en horizontal.

Capítulo 1 – Él

Él tiene aspecto de humano, cerebro de humano, voz de humano, e incluso nombre de humano, pero sin embargo está totalmente seguro de que no es de este planeta.

Puede tener muchos aspectos en común con nosotros, pero la mayoría de personas recordamos lo que hemos vivido en nuestra infancia, y él no; lo primero que recuerda sobre su existencia es abrir los ojos y aparecer en una pequeña calle él solo, con una edad aproximada de diecisiete años, desnudo…

Además de ello, otro aspecto que lo diferencia de nuestra especie y aquello que más especial le hace es el hecho de acabar con la vida de cualquier animal con el que tiene contacto; sin duda, una característica que no comparte con nadie más.

A pesar de su extraña condición, él necesita comer, beber, hacer sus necesidades…

Incluso socializar un poco, aunque sea a través de la pantalla de un ordenador, ya que salir de casa nunca le trae nada bueno, e intenta evitarlo.

Su comida favorita son las espinacas, quizás en eso también difiera de muchos seres humanos, pero la cuestión es que después de ese día nueve de Febrero todavía le sabían mejor, ya que fue gracias a ellas que la conoció.

Él iba a su tienda habitual a comprar sus preciadas verduras, y quizás un par de cosas más, pero lo importante para él en el momento en que cerraba la puerta de su casa no era la lista de la compra, sino procurar no chocar con nadie.

La gente le solía mirar raro, aunque no en pleno febrero. Por suerte para él, llevar guantes y todo el cuerpo bien cubierto no era tan raro en esas fechas, aún estando dentro de una tienda; así fue que cuando giró en la esquina del tercer pasillo y chocó con esa muchacha, después de que ambos se disculparon por el imprevisto, ella le dirigió un par de palabras:

-¡Qué casualidad! Justo estaba buscando una bolsa de espinacas como esa, pero ya me iba, ya que tengo algo de prisa y pensaba que no tenían, ¿podrías indicarme dónde están?

-Toma, puedes coger estas si quieres -le dijo él para evitar pasar más tiempo relacionándose con ella.

-¿De verdad? ¿No te importa? ¡Muchas gracias! -le respondió ella mientras él sacudía su cabeza de lado a lado para contestar a su pregunta.

Ella se fue corriendo a pagar, se le veía apurada, y él continuó con el recorrido por el supermercado un par de minutos más, hasta volver a casa.

Fue un encuentro breve, y rápido, pero fue suficiente para comenzar algo que más tarde avanzaría a un ritmo propio de película, de manera exponencial.

Capítulo 2 – Tormenta

Cinco días habían transcurrido desde su compra en el supermercado y él volvió a salir de casa, de su zona de confort. Era algo que hacía de vez en cuando, cada vez que se sentía agobiado por pasar tanto tiempo encerrado, y se iba a leer a un parque de su zona, donde casi nunca había gente, ya que ese no era un barrio que las personas gustan de visitar o donde encuentren un buen ambiente para pasar el rato; así que él bajaba su calle para ir hacia el banco en el que siempre lee cuando oyó un par de gritos, leves, en un callejón cercano.

Era una situación que se había imaginado miles de veces, y siempre, en su imaginación, ignoraba los problemas ajenos y seguía su vida sin llamar la atención, pero esta vez era real, y no ocurrió de manera tan semejante a cómo él se lo imaginaba, ya que su cuerpo se movió solo, y se dirigió hacia la zona donde escuchó esos gritos.

Él lo camufla diciendo que solo fue a ver qué pasaba por curiosidad, pero en el fondo sabe que no fue así, ya que una vez allí, en cuanto presenció cómo aquel hombre, portando un arma blanca más bien pequeña, amenazaba a una chica que se encontraba llorando mientras se bajaba los pantalones, no dudo ni un segundo en echar a correr para intentar ayudar.

Una vez estaba inmerso en la escena, recapacitó de nuevo. No sabía muy bien qué estaba haciendo, ni por qué lo estaba haciendo, ya que eso no iba a acabar bien de ningún modo, pero aún así ya había llamado la atención de aquel señor, e intentó hablar con él, con la voz temblorosa, imponiendo menos de lo que cualquier chihuahua impondría a un hombre como ese en aquella situación.

-Mira chaval, no estoy para juegos, así que lárgate de aquí antes de que cuente hasta tres, por tu bien -le dijo aquel hombre tan corpulento y desarreglado.

-Pero esa chica está llorando, por favor, déjala irse también, no creo que quiera estar aquí.

Fue un comentario de lo más estúpido, que emergió solo a través de su garganta, por decir algo intentando ayudar, pero conforme terminaba la frase se daba cuenta de lo ridículo que estaba sonando, y a la vez presenciaba como el hombre armado se acercaba hacia él.

No se daba cuenta, pero estaba temblando como si se encontrara desnudo en el polo Norte, paralizado, inmóvil, y el otro hombre ya se encontraba enfrente suyo, apuntándole con esa navaja tan imponente a pesar de su reducido tamaño, y riéndose de él, y de que se viera tan diminuto intentando hacerse el héroe.

-Vete de aquí y no me toques las pelotas, de verdad te lo digo.

En este punto él ya no sabía qué estaba ocurriendo, y su cuerpo reacciono solo, quitándose el guante de su mano derecha y cayendo al suelo tras ser empujado bruscamente por el otro individuo.

Se golpeó el brazo y el costado al aterrizar; era un golpe contundente, pero en ese punto ni lo sintió, y mientras veía como aquel tipo corpulento le daba la espalda y se dirigía de nuevo hacia la muchacha, él se levantó y echó a correr para protegerla, o más bien para vengarse de ese hombre, pero tan pronto como volvió a pensar con algo de claridad se encontró con la siguiente situación:

Tenía una navaja clavada en el costado, había una chica llorando de rodillas en el suelo y nadie más.

«Qué bragas tan bonitas»

-pensó justo antes de caer de nuevo al suelo casi desmayado.

Hay que ver la de ridiculeces que una persona puede llegar a decir o pensar en situaciones límite… Estupideces que jamás uno se imaginaría…

Ahora él estaba tirado en el suelo a punto de cerrar los ojos para echarse una siesta tras todo lo ocurrido, pero en cuanto escuchó la voz de la muchacha preguntar que si estaba bien no pudo evitar recordar su situación tan especial, y reaccionó reincorporándose bruscamente y gritando a la muchacha, como si tuviera tanto miedo de ser tocado como en verdad tenía.

-¡¡No me toques!! ¡¡No me toques, por favor!!

La chica todavía lloraba, y temblaba, y seguía llorando, y a demás no mejoró mucho la situación una vez que el chico le gritó con tal cara de pánico, pero aún así, pasados unos largos minutos, pudieron entablar una conversación debido a que a él no le reaccionaban las piernas para largarse y ella no quería dejarlo solo, aunque todavía no supiera qué es lo que había pasado ahí.

Capítulo 3 – La calma

-Yo… creo que me acuerdo de ti, nos vimos en en el supermercado hace un par de días, ¿no? -le dijo ella tras un rato de silencio.

-¿Qué has hecho con ese hombre? -prosiguió.

Él todavía no se había fijado siquiera en la cara de la chica, y no sabía de qué hablaba ella exactamente al decirle que lo había visto en el súper, pero al torcer el cuello y mirarla a los ojos se acordó al instante; era la chica de las espinacas.

-Es mejor que no hablemos mucho más, de verdad… Ya estás a salvo, así que vete a casa y no llames a nadie, por favor, yo puedo ocuparme de mí mismo.

-Pero había aquí un hombre hace un momento…  ¡Y ahora solo queda su ropa!

Ella estaba totalmente desconcertada, y todavía temblaba sin parar, y por si fuera poco se sentía extremadamente culpable de la situación de aquel chico: tirado en el suelo con semejante sangrado, pero a la vez no se atrevía a acercarse, pues se le contagió el miedo después de ver la cara de pánico del chico cuando ella se intentó aproximar, así que no sabía qué hacer, pero desde luego no pensaba moverse de ahí hasta que él estuviera bien.

Ella seguía pensando a toda velocidad, pero la voz cansada de ese chico le cortó todo pensamiento.

-Tú estás bien, eso es suficiente, de verdad… Puedes andar, así que vete.

Él todavía no había terminado de hablar, pero aquella chica le interrumpió bruscamente:

-¡No me voy a ir a ninguna parte, ¿estás mal?!  ¡Estás sangrando!, y todo por mi culpa, así que si no quiere que me acerque, por lo menos déjame quedarme aquí contigo.

Dime que necesitas; no tengo ni idea de medicina pero hay que detener la hemorragia de alguna manera…

Él a duras penas seguía consciente, después de estar expuesto al dolor de recibir un navajazo y la adrenalina liberada en el momento, pero aun así consiguió arrastrarse un poco hacia una vara de metal que sobresalía de debajo de un contenedor, lo suficiente para que ella se diera cuenta de inmediato de sus intenciones y fuera corriendo a cogerla y dársela.

En cuanto la alcanzó, se agachó y se la pasó rodando, para que él pudiera sostenerse en pie de alguna manera.

-Tranquila, no pasará nada mientras no me toques, así que puedes acercarte sin miedo, mientras no me toques -se repitió el chico de forma inconsciente para recalcar y aclarar un poco su extraña situación.

Ella no sabía muy bien qué responder al respecto, pero asintió, todavía con algunas lágrimas en la cara, y con una sonrisa de lo más tonta, que dibujaba una preciosa expresión en su rostro.

Poco tiempo después ambos se encontraban caminando: uno yendo hacia su casa y otra acompañándolo; caminando despacio, como quien acompaña a una persona mayor que necesita mover sus dos piernas más su bastón para dar un paso, caminando en silencio, un silencio algo incómodo, sin saber muy bien qué decir o de qué hablar pero caminando, y sin temblar ni llorar, lo que en esos momentos era un grandísimo avance para ellos dos, tras la situación que acababan de vivir.

Capítulo 4: «Ya estoy en casa»

Habían conseguido ya avanzar un par de calles en su trayecto, y justo ahora estaban caminando por la que parecía la calle más tenebrosa de todas, así que la chica se dispuso a entablar algo de conversación con su salvador para evitar pensar que en cualquier momento podría aparecer otro chalado como aquel por esa zona:

-Oye y… ¿Siempre pasas por esta zona? ¿No hay algún camino diferente para ir a tu casa?

-La cuestión es que esa de allí es mi casa -puntualizó él mientras señalaba con el dedo a la siguiente vivienda (si es que alguien era capaz de considerar eso un hogar).

Desde luego parecía amplia, pero también vieja, casi en ruinas, y sucia, como si nadie hubiera vivido allí en décadas, por eso ella se sorprendió cuando vio la casa que el chico estaba señalando, y le resultó imposible no comentar algo al respecto.

-¿Me tomas el pelo? ¿Ahí vives? ¿De verdad?

Él dejó ver una mueca de sonrisa en su rostro, pero enseguida se vio resentido por la herida que tenía en el costado y antes de que pudiera siquiera soltar un solo comentario se vio obligado a apretar los dientes y a cerrar los ojos, por instinto, supongo, como si eso aliviara de alguna forma su dolor.

Al final, sin hacer ningún comentario al respecto, giró a la derecha, dirigiéndose hacia su portal, y ella lo siguió, algo confundida todavía y observando la casa con detenimiento.

Por otro lado, mientras ella contemplaba esa construcción tan antigua, él apreciaba por primera vez en su vida la gran molestia que era el tener dos escalones antes de la puerta principal, ya que a duras penas podía subirlos, mientras se agarraba a la barandilla e intentaba no soltar la vara de metal que le había acompañado hasta ahí.

Ella seguía perdida, con algo de miedo, sin saber muy bien que hacer, ya que en esa situación hubiera ayudado a cualquier persona a subir los escalones, pero él era un caso especial, así que se limitó a ir detrás de él, mirando la entrada de lado a lado y a la vez haciéndose un poco la despistada, para evitar hacer o decir alguna estupidez.

En cuanto él acabó de subir el último de esos interminables escalones ambos se dirigieron a la puerta principal, que estaba como a cuatro pasos más; ella se adelantó un poco para ayudarle a girar la llave que sabía que él no podría girar, y así de alguna forma sentirse más útil que hace unos segundos, cuando miraba cómo él subía los escalones sin saber muy bien qué hacer.

El chico se colocó frente a la puerta, y la empujó, y la puerta se abrió.

Ella se quedó con cara de idiota, pero a la vez no podía evitar pensar en las malas condiciones de vida que tenía aquel chico, no podía creerlo, jamás lo habría imaginado con solo verle por la calle, e incluso un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar que iba a entrar a semejante sitio, ella, una chica de clase acomodada, en un antro como ese.

Él se adelantó y encendió una tenue luz que iluminó un poco la entrada, lo necesario para hacer que ella se tragara todos sus pensamientos y se quedara todavía con una cara más graciosa que la de hace un momento, pues la entrada estaba bastante limpia y muchas cosas parecían nuevas, o más bien antiguas pero reformadas, y no había ni una sola tela de araña, ni polvo, ni mal olor como ella pensaba, más bien, todo lo contrario: olía bien, y al estar las paredes pintadas de blanco aquello se veía bastante elegante, a pesar de la poca luz que las iluminaba.

-No te quedes ahí parada, pasa, y ayúdame a abrir las ventanas, por favor, odio gastar luz del generador cuando todavía hay sol -dijo él mientras cojeaba con su nuevo bastón hacia una de las tablas de madera que opacaba la luz del exterior.

Ella inmediatamente, casi sin pensarlo y a paso ligero, se dirigió hacia otra de las ventanas y retiró las tablas de madera para que pudieran entrar los rayos de sol; y fue a abrir la siguiente, pero al dirigirse hacia allí pasó por delante de una estantería, para nada extraña, pero le chocó una pequeña colección de pornografía que tenía en la tercera balda, y fue en ese momento cuando volvió en sí, sin dejar de caminar hacia la ventana que pretendía abrir, pero reflexionando sobre todo esto como no había hecho hasta ahora.

Todavía no sabía qué clase de persona o ser era él, pero por los pocos datos que tenía, intuía que algo raro, espeluznante, pasaba si tocaba a alguna persona, ya que presenció cómo aquel hombre desapareció en frente de sus ojos, e incluso escuchó al chico decirle que no pasaría nada mientras no tuvieran contacto, así que si ese era el caso, aquel chico tenía que estar llevando una vida muy solitaria, agobiante, incluso lo suficiente para volver loca a una persona normal -pensó ella.

Se limitó a abrir la ventana y dio un par de pasos hacia él para preguntarle si necesitaba algo más, y a la vez para proponerle que se sentara, insistiendo en que ella podía encargarse de todo y que él necesitaba descansar, pero sin dejar de pensar en todo lo que tenía que suponer aquello, para acabar viviendo en un barrio tan marginal y en una casa a simple vista tan deteriorada.

-Estoy bien, gracias, pero sí que voy a sentarme un poco, necesito descansar… -dijo él con la voz aún temblorosa. -¿Quieres algo? -prosiguió.

-Agradecería muchísimo que me dieras un vaso de agua -respondió ella. ¿Podrías indicarme dónde está la cocina? Así te traigo un poco de agua a ti también.

Él, amablemente le indicó donde estaba la cocina, y ella se dirigió hacia allí y volvió, pasado un minuto, con dos vasos de cristal llenos de agua.

Ella estaba bastante sedienta, casi le dolía la garganta de lo seca que la tenía, así que se bebió el vaso de un trago, dejando el carmín de sus labios marcado en el cristal.

Él no hizo mucho caso al agua, pues le preocupaba más su herida.

-¿Podrías ir al baño si no es molestia y traerme algunas gasas y el botiquín que tengo allí? porfa -preguntó el chico.

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Ella sin dudarlo ni un segundo apoyó en vaso en una mesa delante de una ventana y se dirigió hacia donde él había señalado hace un segundo, así que siguió un pequeño pasillo y en cuanto encontró el baño entró y empezó a abrir un par de armarios.

Él se quedó sentado en el sofá, todavía resentido por el dolor del costado, y con las manos presionando un poco en la herida, la cabeza mirando al techo y los ojos cerrados, y soltó un soplido mientras pensaba «Por fin en casa…».

Capítulo 5: Hasta la próxima

Había pasado algo así como una hora, quizás un poco más, y para aquel entonces él ya se había curado la herida y hecho un vendaje improvisado, y ella estaba sentada a su lado tras haberle ayudado con algunas cosas, pero sin más labores que desempeñar, así que para evitar más silencios incómodos y sobretodo para evitar crear algún vínculo él le agradeció por todo y le aconsejó irse antes de que oscureciera más:

-Bueno, de verdad, muchísimas gracias por todo, por acompañarme hasta aquí y por ayudarme con el vendaje, te estoy muy agradecido.

-Ni de broma -le cortó ella -Quien tiene que estar agradecida soy yo, no tú, esto es lo menos que podía hacer por ti, después de salvarme de aquella situación, así que no necesitas agradecerme nada, ni mucho menos.

-De todas formas -dijo él -Creo que ya está bastante oscuro, y por esta zona hay muchas farolas que no funcionan, así que ¿qué te parece si te acompaño un rato hasta las afueras de barrio y nos despedimos cuando estés segura de nuevo?

Ella se negó a que le acompañara y causarle más problemas, aunque en el fondo temía que le volviera a pasar algo similar al caminar por allí mientras anochecía, pero aún así, continúo rehusándose a molestarle más, siendo que había arriesgado su vida por ella y ahora no podía casi ni andar.

Al final llegaron a un acuerdo, y él la acompañó tan solo un par de minutos, ya que no estaba en condiciones de moverse mucho. De esta manera, pasadas dos calles ella insistió en que estaría bien a partir de ahí.

Tras convencerlo de que iba a estar segura se le ocurrió una idea:

-De todas formas, seguro que tienes móvil, ¿qué tal si intercambiamos números y así te puedo avisar en caso que me pase algo o chatear para quedar otro día?

Él no iba a decirle que no al escuchar el principio de su propuesta, porque estaba dispuesto a ayudarla si necesitaba algo más, pero la última parte donde le proponía estar en contacto y quedar algún día no le hizo ninguna gracia.

-No, lo siento, no tengo móvil -mintió él. Tuve uno hace un tiempo pero lo perdí porque nunca lo usaba -le dijo como excusa mientras esbozaba una sonrisa para disimular la mentira.

-Oh, no no no, discúlpame a mí por dar por hecho que tendrías, no pretendía que sonara de esa manera, de verdad -le dijo ella de todo corazón mientras recordaba la situación de soledad que supuso que estaba pasando el hombre que la acababa de salvar.

-No pasa nada, mujer -le contestó él. Espero que vaya todo bien camino a casa, yo me voy ya de vuelta a mi sofá, que moverme tanto me está matando.

Ella vio cómo él se daba media vuelta y volvía hacia su casa, y en ese instante se despidió de aquel chico:

-¡¡Espero que volvamos a encontrarnos pronto!! ¡¡Hasta la próxima!!

Él no dijo nada más, solo siguió su camino, como si no hubiera escuchado nada.

Capítulo 6: Mirando al techo

Esa misma noche ambos se acostaron pronto, quizás por el cansancio y adrenalina acumuladas durante el día, así que alrededor de las once los dos estaban en sus respectivas camas, pero ninguno conseguía dormirse, no podían dejar de pensar en todo lo ocurrido durante la tarde.

Ninguno se había parado a pensarlo hasta estar tumbados en la cama, pero tan solo hace un par de horas habían estado envueltos en un homicidio.

Y sí, ese hombre no era ni de lejos la mejor persona del mundo, pero acababa de quitarle la vida -pensaba él.

Y sí, ese hombre no era ni de los la mejor persona del mundo, pero por salvarla, aquel chico se vio obligado a cometer un asesinato -pensaba ella.

«¿Cuál es el valor de una vida como la de ese hombre? ¿Hay vidas que valen más que otras? ¿Tienen ellos derecho a poner fin a las acciones de alguien, de aquella manera, por muy malos actos que fueran?»

Ninguno podía dejar de pensar en cosas similares, y además esos pensamientos se mezclaban constantemente con otros:

Ella no dejaba de pensar en un montón de cosas, por muy absurdas que fueran, como el hecho de que se había olvidado su vaso manchado de pintalabios en el salón, y que le iba a tocar a él fregarlo; y sobre todo pensaba en una manera de volverse a encontrar con él; quería volver a hablar con ese chico y devolverle el favor de alguna manera, ser su amiga, conocerlo; estaba segura de que él era una persona solitaria debido a su condición tan especial, y ella quería en aquel momento cambiar eso más que ninguna otra cosa en el mundo.

Él, por otra parte, no dejaba de mirar su móvil y pensar constantemente qué podría haber ocurrido si en aquel momento le hubiera dado su número; cientos de situaciones de todo tipo le se venían a la cabeza: desde interrogatorios vía chat sobre sus «poderes», pasando por la boda que podrían llegar a tener en un par de años y acabando en el homicidio accidental de aquella chica en algún momento de su historia como amigos, o lo que fueran.

Cada vez que lo pensaba cambiaban algunas cosas, pero siempre acababa igual, así que se convenció a sí mismo de que sin duda alguna había hecho lo mejor que podía hacer.

Además tampoco era capaz de dejar de pensar en ese hombre, y en cada vida que había arrebatado, desde el más diminuto animal hasta la existencia de todas aquellas personas que habían sufrido la desgracia de tener contacto con él.

Ella tampoco es que no pensara en ello, ya que sus pensamientos no dejaban de alternarse constantemente, pues era la primera vez que presencia cómo alguien perdía la vida (o más bien la existencia entera).

Capítulo 7: Sofía

-¿Acaso tendría hijos? ¿Familia que lo esperara? No parecía un buen hombre, pero estoy segura de que cada persona es importante para alguien, y que él no era la excepción, y ahora ya no está, desapareció en frente de mis ojos, sin dejar rastro… Y aún encima forcé a ese chico a que arrebatará una vida, por mi culpa, y ahora debe de estar sintiéndose fatal por ello, se le veía tan buen chaval… No sé cómo sentirme…

¿Hasta qué punto mi existencia es mejor que la de ese señor? Primero Sofi, y ahora aquel hombre, y aún encima tuve que ser salvada por ese chico que ahora debe de estar pasándolo fatal…

No sé si de verdad merece la pena que siga con todo esto, ni siquiera creo que pueda soportarlo…

Todo lo que hago es arruinar la vida a los demás…

Su rostro se llenó de lágrimas antes de que ella se diera siquiera cuenta, se dio la vuelta, y con la cara totalmente pegada a la almohada empezó a llorar como hacía tiempo que no lloraba.

Ahora no podía parar de pensar en su hermana pequeña, Sofía, quien perdió la vida también por su culpa, y por su culpa la vida de toda su familia cambió completamente, no volvieron a ser los mismos desde entonces, por su culpa; aunque todos le dijeran que no y cambiaran la historia ella sabe cómo ocurrió todo, lo recuerda perfectamente, por más que intenten contarle recuerdos falsos.

-¿De verdad está bien que siga con vida? Quería a Sofi más que nada en el mundo, y aún así por mi culpa ella ya no está; solo sé causar desgracias, me merezco lo peor; ojalá ese chico nunca me hubiera salvado y hubiera acabado muerta en ese callejón, habría sido lo mejor para todos…

Ella seguía llorando, sin parar, mientras sentía cómo cada pensamiento le quemaba el pecho, mientras sentía cómo cada sentimiento le hacía llorar con más rabia y fuerza.

Al mismo tiempo, él , quien tampoco lograba conciliar el sueño, no podía evitar reflexionar sobre la vida que acaba de robar:

-¿Cómo es que una persona puede acabar en una situación como la de aquel hombre? ¿Qué le habría llevado hacer algo como eso? ¿Y qué hay de mí? ¿Podría algún día volverme una persona así?

Y es que, si te paras a pensar, nacemos capaces solo de actuar por instinto, y es cuando crecemos y descubrimos los principios éticos y morales de la sociedad que podemos ser considerados buenas o malas personas dependiendo de nuestras acciones.

A pesar de ello, casi el cien por ciento de las personas es capaz de distinguir entre una buena y una mala acción, y sin embargo, hay personas que obran mal, aún sabiéndolo. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué los conduce hasta ese punto?

Yo creo que la mayor parte de las personas que llevan a cabo malas acciones, lo hacen bajo una situación que excusa a su conciencia de sentirse culpable, o bajo una situación límite, sin tiempo para reflexionar sobre la ética y la moral ¿lo has pensado alguna vez?

Un terrorista no actúa solo bajo la premisa de quitar vidas o destruir material público, sino que su motivación principal suele ser la de reivindicar algo, y es ese pensamiento el que le sirve como alivio para no llevar sobre sus hombros toda la culpa de sus acciones.

Otro ejemplo sería aquella persona que atraca un banco, porque según él la vida que ha tenido lo excusa de robar dinero a los demás y le da el derecho a necesitar su parte de capital para vivir. Pero ahora imagínate que esa persona con su «derecho» a atracar un banco le dispara, sin haberlo planeado, a un individuo que intentaba hacerse el héroe mientras él realiza el robo, y acaba con su vida.

Es inevitable que ese atracador se vaya a sentir culpable, pues al fin y al cabo no tiene ninguna excusa previa pensada para haberle arrebatado la vida a una persona, aún cuando ha actuado para no ser encarcelado, pensando solo en su bienestar, del mismo modo que mientras atracaba el banco.

Así pues, hay muchas personas que actúan sin seguir las leyes de la moral establecidas por la sociedad, pero ¿cuántos individuos actúan en contra de su propia ética? ¿Hay personas capaces de obrar intencionalmente de maneras que su ética no les permita?

Un caso aparte son aquellos capaces de cargar con la culpa de sus actos sin siquiera buscar una excusa para ello; los conocidos como psicópatas.

Aunque más bien ellos no sienten culpa ni que estén actuando mal, normalmente debido a alguna enfermedad mental que les impide distinguir y adaptarse a la ética y moral básica propia de todo ser humano…

Sea como sea, ambos se durmieron mientras el sol salía, con la suerte de que era domingo y no tenían que madrugar.

Capítulo 8: Cuarentena

Aquel domingo ambos despertaron bastante tarde, así que ya no hicieron gran cosa en el resto del día.

Ella se preguntó si debería de ir a visitar a ese chico, aunque estuviera anocheciendo, pero le pareció una idea tan horrible que la abandonó enseguida.

Quería hacerle una visita, y volver a hablar con él, pero su temor a que le volviera a pasar algo similar le impedía ahora acercarse a esa zona cuando el sol estaba escondiéndose, e incluso ella misma era consciente de que una experiencia como esa crea traumas difíciles de olvidar, así que se quedó en casa pensando cómo organizar su horario, ya que ella salía de la librería cuando ya era de noche, y entraba bastante pronto como para no tener tiempo de ir hasta allí y volver.

Él, por otro lado, decidió volver a encerrarse en casa, así que el lunes se dio el lujo de hacer una compra gigante y no volver a salir de las cuatro paredes donde vivía por un tiempo.

Además se fue lejos a hacer la compra, para evitar encontrarse con ella, así que se vio obligado a arrastrar varios pesados kilos hasta su casa, resintiéndose por la gran herida que le había dejado aquella experiencia, de modo que al llegar a su hogar cayó agotado en el sofá y se durmió hasta la noche.

Mientras tanto, ella vendía y recomendaba libros, pero no dejaba de pensar en una manera de ir a verle, mientras revivía una y otra vez el trauma en aquel callejón y esbozaba una sonrisa forzada a cada cliente con el que se topaba.

Se preocupaba por él, y por cómo lo estaría pasando, y sin darse cuenta se pasó todo el día mirando a través del escaparate, apreciando cómo el sol en la calle se iba apagando poco a poco para dar paso a la oscuridad. Apreciando cómo sus ganas de ir a verle tendrían que ser contenidas un día más, poco a poco, porque el conflicto interno entre ir a verle y no poder afrontar el trauma creado hace tan solo dos días le impedía actuar de ninguna manera.

“Si tan solo tuviera un móvil…” -pensaba ella.

“Quizás pueda regalarle uno en compensación por lo que hizo por mí, y así puedo ir hablando con él y saber cómo está, e incluso hacerme su amiga” -continuaba.

Cada vez que pensaba en ello se le dibujaba una sonrisa de oreja a oreja en el rostro, imaginando su reacción, su cara de sorpresa, de felicidad.

Se encontraba muy emocionada por la idea que se le había ocurrido, y quería llevarla a cabo cuanto antes, así que esa misma noche le dijo a su jefa que iba a necesitar un reemplazo en la tienda, ya que se encontraba mal y no se veía capaz de ir a trabajar al menos durante un día o dos.

De este modo, llegó el martes, y ella se levantó más entusiasmada que nunca y se dirigió a su tienda de confianza, donde siempre había comprado los móviles y las tarjetas de teléfono.

Mientras tanto él deseaba olvidar todo lo ocurrido en aquel fin de semana pasado, y esperaba no volverse a encontrar nunca más con ella, y justo cuando la muchacha se levantaba más contenta que nunca él guardaba su partida y se acostaba en su cama depresivo como hacía tiempo que no había estado, castigándose por haberse vuelto a llevar una vida que no hubiera acabado así de no ser por su existencia.

Y es que él se juró hace tiempo que jamás iba a volver a involucrarse con ningún animal ni ser humano, y que su filosofía de vida sería dejar fluir al destino, si es que tal cosa existía.

Un destino donde él no aparece y que sigue su rumbo tal como habría ocurrido de no ser por su aparición en el mundo.

Pero lo había vuelto a hacer, y aunque esta vez fuera más justificado que nunca, no se sentía bien tras haber roto una promesa que juró que cumpliría incluso si eso significaba su muerte.

“Soy un bueno para nada” -pensaba.

“Me encerraré en casa y así evitaré cualquier incidente en el que me pueda ver involucrado” -continuaba.

Y de esta forma, mientras se repetía a sí mismo esas dos frases sin parar, fue cada vez cayendo en un sueño más y más profundo, adentrándose en un mundo de pesadillas que lo perseguían desde que tiene conciencia de sí mismo, y soñando, o más bien reviviendo, una y otra vez lo ocurrido aquel sábado.

Capítulo 9: Goteando

Y de esta forma, mientras se repetía a sí mismo esas dos frases sin parar, fue cada vez cayendo en un sueño más y más profundo, adentrándose en un mundo de pesadillas que lo perseguían desde que tiene conciencia de sí mismo, y soñando, o más bien reviviendo, una y otra vez lo ocurrido aquel sábado, hasta que escuchó su voz: la voz de aquella chica, desde la entrada de su casa.

“No puede ser, ¿lo he soñado? -se despertó sobresaltado y se quedó unos segundos sentado en la cama, en silencio, esperando estar equivocado y no volver a escuchar la voz de esa mujer.

-¡¡Hola!! ¿Hay alguien en casa? -gritó ella desde la entrada, sin atreverse a abrir la puerta por la que fácilmente podía acceder a la vivienda.

-¡¡¡Hola!!! ¡Soy yo! ¡Ábreme si estás por ahí por favor! -repitió.

Al final, tras pasar la muchacha un minuto o dos mirando la puerta que tenía delante, decidió sentarse en los escalones del porche, ya que aunque había pensado en recibirlo sentada en su sofá para darle todavía un sorpresa más grande, sentía que de alguna manera invadir un hogar así, por muy accesible que fuera, estaba mal, y de esta manera fue que acabó en aquella pequeña escalera esperando a que él volviera a casa para poder darle el regalo.

Mientras tanto él la observaba por una ranura entre las tablas que tapaban una de las ventanas del salón, esperando que no tardara mucho en abandonar aquel lugar y desistiera de, supuestamente, esperarlo.

Pasaron cinco minutos, diez, quince…

Pasaron veinte, treinta, cuarenta minutos más, y ella seguía en los escalones, mirando el móvil todavía, y tapando todo atisbo de perder la esperanza gracias a sus ganas de entregarle el regalo y ver su reacción.

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Él seguía intentando olvidar que ella estaba allí sentada, y a la vez, de vez en cuando, echaba un vistazo a través de la rendija, esperando que ella ya no estuviera allí aguardando por él, sin saber que en realidad estaba en casa y no planeaba moverse de ahí.

Ella estaba ahora concentrada en algún juego del móvil, y ya no esperaba con tanta ansia a que él apareciera; ahora simplemente esperaba, concentrada en su juego, o chat, o lo que fuera, sin levantar la cabeza ni mirar de lado a lado de la calle como antes, cuando parecía un cachorro esperando a su dueño.

Ella estaba concentrada en su pantalla del móvil, pero empezó a llover, y una gota cayó sobre su dispositivo y toda la desesperación que ocultaba apareció de repente en su mente.

Ya no se veía tan feliz, más bien parecía cansada, y no sabía qué estaba haciendo él. Igual estaba en la terraza de un bar a refugio mientras ella lo esperaba como buena chica sentada en un porche, cubierta de la lluvia en cierta medida, pero mojándose y pasando frío aún así.

El tiempo avanzaba y cada vez llovía más, y el aire era más húmero, más frío, más tajante, y ella no estaba tan energética, tan ansiosa, tan contenta como hacía diez minutos, sino que se encontraba acurrucada y apoyada en la pared, al lado de la puerta, volviendo a mirar de lado a lado de la calle constantemente, y desesperándose porque no se veía ni un alma.

Habían pasado ya quince minutos desde que empezó a llover, e incluso él sentía frío estando en el interior del edificio, así que decidió ir a abrir la puerta, ya que sabía que  aquella insistente muchacha seguía sentada ahora bajo una ventana al lado de la entrada.

Ella al mismo tiempo pensaba, ya dadas las circunstancias, en entrar por su cuenta y esperarlo dentro, porque el viento era terrible; aún no comprendía cómo un día tan calmado como ese se había transformado en un día de tormenta tan exagerada.

De esta manera sucedió que él abrió la puerta y estaba ella al otro lado, de pie, abriéndola también pero desde el otro extremo.

Ambos se asustaron y no pudieron evitar sobresaltar un poco.

Él fue a abrir la puerta con una excusa que explicara por qué salía a su porche en un momento así del día siendo que esperaba a nadie bajo esa colosal lluvia, pero del susto, aquella simplona excusa se le fue completamente de la cabeza, y justo en ese momento ella le preguntó:

-¿Estabas en casa? ¿Dónde vas ahora con la tormenta que hay?

Él se quedó un momento en blanco, pero tenía que contestarle de alguna manera.

-Estaba durmiendo, y me acabo de despertar e iba a salir un rato aquí para despejarme, ¿y tú qué haces en la entrada de mi casa, por cierto? -le respondió de manera improvisada para salir del apuro.

-Pues verás -sonrió de oreja a oreja aunque intentaba poner cara seria-, venía a traerte un pequeño regalo, para agradecerte por lo del otro día -respondió mientras sostenía una caja cuadrada y envuelta entre sus manos.

-¡¿Quéeee?! No es necesario, de verdad, te lo agradezco.

-Vamos, no puedes rechazar un regalo que ya tienes delante, es de mala educación.

-Eh… Bueno… Pasa, estás tiritando -continuó él.

Ella ya no tenía la misma sonrisa que hace unos segundos, pues se había creado expectativas de que ese regalo iba a fascinarle y a la hora de la verdad él no le había prestado atención ni interés ninguno, pues estaba más preocupado por que dejara de llover y ella pudiera irse, aunque sólo él supiera eso.

Ella entró, y ambos se sentaron en el sofá con cierto margen de separación, y él que ya tenía el regalo entre las manos lo apoyó sobre la mesa y comenzó a abrirlo.

Mitad del envoltorio había sida retirado y ya se podía apreciar que se trataba de un teléfono móvil, pero antes de que él pudiera fingir alegría por ello o cualquier otra cosa un ensordecedor trueno se escuchó como si estuviera cayendo justo encima de la casa, y una repentina pero asombrosamente fuerte ráfaga de viento tumbó las tablas de madera que cubrían dos ventanas de un lado de la casa, y la fuerte corriente de aire en seguida invadió el área del hogar y comenzó tanto a derribar objetos como a balancear algún que otro mueble.

Ambos se levantaron del sofá sobresaltados, y observaron aquel trágico espectáculo, donde el viento tumbaba todo a su paso y el agua de la lluvia entraba por las ventanas como si estuvieran presenciando un diluvio de dimensiones bíblicas.

Al mirar hacia su derecha ella presenció como un vaso de cristal estaba siendo arrastrado por el aire e iba a caer al suelo. Es más, no tardó ni un segundo en notar que se trataba de su vaso, con la marca del pintalabios todavía en él, en la misma mesa que ella lo había dejado días atrás.

Se habían roto ya varias cosas en el salón, pero aún así su instinto fue lanzarse a cogerlo antes de que cayera de la mesa.

Así pues, dio un par de zancadas para agarrar aquel vaso antes de que el aire lo tirara, pero no llegó a tiempo, y además resbaló con el agua que había por todo el suelo y cayó encima de los cristales en los que se había convertido su vaso.

Él miraba aterrado, sin saber qué hacer.

Revistas, libros, fotos y figuras de decoración volaban por el salón, al tiempo que las estanterías se balanceaban cada vez más, y su amiga, si es que podía llamarla así, estaba en el suelo, llena de cortes y algún que otro cristal clavado en su morena y fina piel, mientras él se encontraba observando aquel espectáculo con cara de pánico, de pie, inmóvil, siendo incapaz de ayudarla a levantarse debido a su peculiar condición, lamentándose por tener que ver cómo ella sola se ponía en pie a duras penas, mientras de los cortes de su piel empezaba a brotar sangre.

La muchacha no sabía muy bien cuantos cortes tenía, pero estaba asustada.

Asustada por que estaba sangrando bastante y la simple idea de sangrar ya le producía terror, así que cuando se puso en pie y se vio las piernas lo primero que hizo fue cerrar los ojos, sonreír para disimular un poco su estado delante de aquel chico, y empezar a llorar de manera sutil, sin hacer ruido, pero dejando ver lágrimas cayendo de sus ojos cerrados, recorriendo sus pómulos y goteando por la barbilla.

Capítulo 10: Mente y Corazón

Por suerte no eran heridas muy profundas, solo cortes superficiales y algún pequeño y fino cristal incrustado unos milímetros en la piel de los brazos de aquella chica, debido a que al caer arrastró un poco los brazos sobre la superficie mojada y repleta de cristales que se había formado hace tan solo unos instantes.

Aún así los dos se encontraban bastante asustados por la situación, en la que la lluvia seguía entrando a través de las ventanas y el viento no dejaba de soplar.

Él en ese momento tenía la mente en blanco, pues su falta de experiencia tratando con seres humanos y su maldición por la cual no podía tocar a nadie le complicaban mucho reaccionar de alguna manera en un escenario como aquel; mientras que ella estaba empezando a marearse un poco, y quería alcanzar de nuevo el sofá para sentarse, pero las heridas de sus brazos se resentían a cada segundo que pasaba, y los pocos cortes que tenía en las piernas dolían al moverse lo suficiente para que su cerebro no le permitiera avanzar más que a pasos pequeños.

Al final ella llegó al sofá, y él volvió a reaccionar.

-¡¡Voy ahora mismo a buscar al baño algo para curarse, quédate ahí!! -gritó él para que a pesar de la lluvia ella pudiera escucharle.

-¡¡Trae unas pinzas, porfa!! -le contestó ella.

El chico estuvo un rato buscando, pero no encontró pinzas en ningún armario ni cajón, así que volvió con vendas, mercromina, gasas, tiritas y un par de cosas más; las dejó en la mesa delante de la muchacha y se apresuró a volver a tapar las ventanas para que el aire y la lluvia dejaran de entrar al salón e intentar de ese modo apaciguar un poco el panorama.

Cuando todo se calmó un poco y mientras ella intentaba sacarse pedacitos de cristal del brazo y se curaba las heridas ambos comenzaron a hablar un poco, y por primera vez fue él quien entabló la conversación, con el propósito de intentar distraerla un poco del dolor.

-Muchas gracias por el teléfono, ha sido un detalle muy amable por tu parte, me ha encantado -fingió para intentar sacarle una sonrisa.

-Oh, no es nada, de verdad -dijo ella poniendo completamente seria y olvidando el dolor por un instante. -Es lo menos que podía hacer, me salvaste la vida, y -continúo mientras bajaba la cabeza- además saliste bastante mal parado, por mi culpa, así que pensé que un pequeño obsequio era lo mínimo, y ya que me dijiste que no tenías móvil pues se me ocurrió que regalándote uno podíamos además mantenernos en contacto y tal…

-Ya; verás… -comentó él mientras se rascaba la cabeza sin mirar a la chica- el problema es que tengo por norma no mantener contacto con nadie, para evitar luego tener que arrepentirme, por eso es que no usaba el otro teléfono…

-¿Qué? ¿No te relacionas nunca con nadie? ¿Ni un poco? -exclamó ella sorprendida.

-Suelo relacionarme a través del ordenador, cuando tengo tiempo y energía para encenderlo y estar un rato hablando con los amigos a distancia que hice, pero no puedo tener amigos con los que quedar, ya viste lo que pasa cuando toco a alguien.

-Bueno pero ahora que ya lo sé podemos quedar mientras no tengamos contacto, ¿no te parece? Ir a tomar café, a ver alguna peli… no sé, hay muchas cosas que podríamos hacer, y seguro que lo pasamos genial.

Él en ese momento estaba confuso, pues por una parte quería aceptar su propuesta, eso le pedía el corazón, tenía esperanzas y se había hecho alguna que otra ilusión con ella, pero el cerebro le aconsejaba justo lo contrario, y con razón.

Al final, y como sucede siempre, el corazón acabó ganando la lucha, y él acabó con el número de teléfono de su nueva amiga, y con la promesa de contactarla algún día para tomar algo.

Estuvieron un par de horas más a cubierto en el salón, aunque la lluvia había parado hace rato, porque ella todavía estaba curándose las heridas y reposando un poco de aquel accidente, y él había aprovechado ese tiempo para recoger todos los cristales del vaso y de los marcos de fotos rotos del suelo y había recolocado los libros y figuras que se habían caído minutos atrás en aquel escalofriante escenario.

Para cuando ella quiso volver a su casa a descansar ya estaba anocheciendo, así que él, a pesar de no estar todavía recuperado para andar mucho, la acompañó un poco del camino y se despidieron donde la otra vez.

-Va, pues, hasta la próxima -se despidió ella.

-Sí, ya hablaremos -le respondió él esta vez.

Capítulo 11:

Habían pasado cuatro días desde la última vez que se vieron, y habían estado hablando un poco por WhatsApp, aunque él no estaba demasiado receptivo, y ella lo notaba.

El miércoles fue al médico y le recomendaron no moverse mucho para que todos esos cortes pudieran cicatrizar cuanto antes, así que aprovechó la excusa para pedir un par de días más de fiesta y de paso tener tiempo para quedar con él, pues estaba bastante ilusionada y de verdad deseaba que aquel chico se abriera un poco a la sociedad. Quería demostrarle que si va con cuidado no tiene por qué tener miedo a salir de casa, y que puede disfrutar mucho del ambiente de la calle, pero cada vez que hablaban él le respondía de manera cortante, o con poca frecuencia, pues en aquel momento, cuando ella le propuso mantener contacto, él respondió sin pensarlo demasiado, pero una vez que tuvo tiempo para recapacitar volvió a cuestionar su decisión, así que todavía no estaba seguro ni de lo que estaba haciendo ni de lo que quería.

Aún así, ahí estaban en aquella mañana de sábado, sentados en un bar, tomando una Coca-Cola y un café mientras charlaban un rato.

No era la primera vez que él estaba en un sitio con esa cantidad de gente, y había tomado las  medidas necesarias para que no sucediera nada fuera de lo normal, pero aún así no dejaba de pensar en que algo no estaba bien, pues la discusión entre su cerebro y su corazón seguía presente.

-¿Qué tal te sientes? No se está tan mal, ¿verdad? -dijo ella.

-Bueno… Por lo menos el bar no está muy lleno -contestó él.

-Vamos hombre, estás cubierto completamente, y nadie va a tocarte la cara, no te preocupes, intenta disfrutar… De todas formas… ¿Qué es lo que te pasó o de dónde vienes para tener esos poderes? -preguntó ella de manera curiosa.

-Es una buena pregunta, pero no tengo ni idea -respondió él con la voz un poco más ronca y apenada que de costumbre -No sé ni mi edad real, pero los primeros recuerdos que tengo son de cuando era adolescente, casi mayor de edad, diría yo.

-¿De verdad? ¿No tienes ninguna idea de qué es lo que te sucede?

-Todo lo que sé hasta ahora es que cuando tengo contacto con cualquier animal, este desaparece, como si se desintegrara… pero por ejemplo no me ocurre lo mismo al tocar plantas o árboles… y he leído un poco y quizás pueda ser por el diferente tipo de células entre plantas y animales, pero no tengo mucha información, y buscar por Internet no sirve de mucho en este caso…

-¿Cuánto tiempo llevas así? ¿Cuántos años han pasado desde que tienes memoria? -volvió a preguntar ella.

En ese momento él giró un poco la cabeza, y por un breve segundo sus ojos vieron como los ojos de una chica en la mesa de al lado estaban fijados sobre él.

-Bueno, la verdad es que no sé, además tampoco es algo que me agrade estar contando, no sé… -dijo al tiempo que intentaba ocultar lo nervioso que se había puesto al notar que había gente escuchando su conversación -¿Qué hay de ti?

Ella se percató de que se había puesto nervioso, y le propuso terminar las bebidas e ir a dar un paseo a la vez que hablaban, así que ambos se bebieron lo que les quedaba de café y Coca-Cola, pagaron, y se fueron mientras hablaban.

-Pues sobre mí… -prosiguió ella una vez habían salido del bar -puedo contarte que ahora mismo estoy trabajando en una librería para ahorrar y poder cursar luego la carrera de periodismo, y soy de un pueblo cerca de aquí, pero me mudé hace un año porque quería independizarme.

-¿Cuántos años tienes? -preguntó él.

-Cumpliré veintidós en un mes, ¿Y tú? ¿De cuándo son tus primeros recuerdos?

-Creo que la primera vez que recuerdo tener consciencia fue hace siete años…

-¡Wow! ¿Siete años has estado viviendo así? ¿Sin relacionarte con nadie?

-La verdad es que los primeros tres años de mi vida los pasé con la persona que me enseñó todo lo que sé hoy en día, también en un pueblo no muy alejado de aquí, y luego me mudé hasta esta ciudad por curiosidad, y decidí quedarme en aquella casa ya que era mejor que cualquier vivienda que había tenido antes.

-Menuda historia… ¿Y esa persona se quedó en el pueblo? ¿No vino contigo? -le preguntó ella nada más escucharle.

-La verdad es que vine aquí para olvidar todo lo que sucedió en esos barrios… prefiero no recordarlo… lo siento.

-Oh, disculpa, no pretendía

-No pasa nada -le cortó él.

Ambos se quedaron en silencio por un breve periodo de tiempo, hasta que ella comenzó de nuevo otra conversación.

Los dos se encontraban bastante a gusto, y llevaron una conversación fluida y dinámica durante las tres horas que estuvieron juntos. Luego se despidieron y quedaron para verse al día siguiente e intentar ir a un pequeño centro comercial que no mucha gente frecuentaba.

Capítulo 12: Amaneció

Él abrió los ojos y miró la hora en su nuevo teléfono móvil.

Eran las nueve. Iba todo conforme había planeado, así que se arregló y fue al punto de encuentro, a donde llegó con quince minuto de antelación.

Habían quedado a las once, y ya eran las once y cinco, así que pensó que quizás ella lo estaba esperando en el centro comercial, que no estaba demasiado lejos de su punto de encuentro, y de este modo se dirigió hacia allí.

No tardó mucho en llegar, y nada más entrar al recinto comenzó a echar un vistazo para ver si lograba localizarla. Mientras estaba inclinándose un poco de puntillas y girando la cabeza de lado a lado notó algo golpeando su pierna. Era un niño pequeño que se había agarrado a su pantalón. Tendría como tres o cuatro años, no más.

Al ver que era un niño, se asustó un poco, pero aunque nunca había tratado con uno, reaccionó de la manera en la que muchos actores de las películas que él había visto lo hacen.

-Hey, hola pequeño, ¿Y tu mamá?

El pequeño niño se quedó mirándole fijamente, pero no decía nada, solo sonreía.

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-Está bien, vamos a quedarnos por aquí hasta que la veamos, no puede estar muy lejos -le dijo al infante a pesar de que este no le respondía nada.

Él se sentó en una fuente que había dentro del recinto, y el niño quiso imitarlo, pero no llegaba a subir, así que levantó los brazos como pidiéndole ayuda para sentarse a su lado.

Nuestro protagonista se lo pensó un poco, pero tampoco es que pudiera ocurrir nada malo, así que lo agarró de las axilas y lo sentó en el borde de la fuente, a su lado.

Nada más sentar al niño se dio cuenta de que sus guantes habían desaparecido.

“¿Me los he olvidado en casa? Juraría que los llevaba antes de salir” -pensó.

En ese mismo momento presenció cómo el niño que estaba sentado a su lado levantaba de nuevo el brazo; esta vez para bajarlo de manera brusca y chocar con la palma de su mano mientras sonreía de la manera más tierna que él había visto nunca.

El pequeño se desintegró al instante, sus ropas cayeron al suelo y a la fuente y el corazón de este chico de mediana edad dio un vuelco tremendo; se quedó inmóvil, temblando y mirando al frente sin ver nada.

En cuanto su vista se despejó un poco pudo apreciar una silueta que estaba de pie en frente de él, también inmóvil, mirándolo con cara de miedo. Era ella, la misma chica a la que salvó y quién tanto se había interesado por conocerle ahora estaba delante de él, con cara de pánico.

-No… No tengo idea de lo que acaba de pasar, te lo juro, no era mi intención -dijo él tartamudeando.

-¡¿Qué has hecho con mi hijo?! -le gritó ella.

“¿Su hijo? ¿Ella tenía un hijo? ¿Acabo de asesinar a su hijo de tres años delante de ella?” -pensó él.

Su mente estaba completamente nublada, y mientras intentaba decir algo pudo ver como ella se aproximaba hacia él, con mucha rabia, y un objeto afilado en la mano.

-¡Por favor, espera! -dijo él.

Mientras le suplicaba que se detuviera apreció en su mano derecha la misma pequeña navaja que aquel hombre había usado en el callejón para infringir aquella herida en su costado.

Pestañeó una vez y la chica a la que conoció aquel día nueve de Febrero ya no estaba, pues se había transformado en el violador al que se enfrentó aquel curioso día catorce.

El corazón le latía tan veloz que se le iba a salir del pecho.

“¿Todo era una trampa de este hombre?” -Se dijo para sí mismo.

Esas fueron sus últimas palabras, pues inmediatamente sintió como esa pequeña arma blanca atravesaba su tejido muscular y chocaba con su corazón.

Y despertó.

Capítulo 13: Y volvió a amanecer

Se despertó de un gran salto; incluso se cayó de la cama.

Ya era de día, algo de luz se filtraba por las tablas de su ventana, así que miró apresurado el reloj.

Ella se levantó a las nueve de la mañana y se duchó y comenzó a vestirse, maquillarse…

Él en cambio, la noche de antes se quedó hasta tarde dando vueltas en la cama, pensando sobre todo lo que estaba ocurriendo y el giro que estaba dando su vida, así que al momento de la verdad, cuando sonó la alarma a las ocho y media en su nuevo teléfono móvil, simplemente la apagó y siguió durmiendo, casi inconscientemente.

Por suerte para él, volvió a despertar dos horas después, tras esa tan aterradora pesadilla, y ahora se encontraba mirando al despertador, solo para darse cuenta de que no le quedaba tiempo para arreglarse ni un poco, ya que él era el que más lejos vivía del punto donde habían quedado, y tan solo faltaba media hora para que supuestamente se encontraran allí. Todo lo que había pensado en hacer para verse mejor aquella mañana fue en vano, pues tan solo tuvo el tiempo justo para vestirse, echarse un poco de colonia y salir casi corriendo hacia su punto de encuentro.

Ella ya estaba allí; de hecho había llegado algo más de diez minutos pronto, y él en cambio se encontraba andando a toda prisa hacia donde debían encontrarse, sin poder evitar pensar en la pesadilla que acababa de tener aquella noche; tenía un mal presentimiento.

Eran las once y cinco minutos, y por primera vez en la mañana sus miradas se cruzaron a un par de metros.

Ella estaba sentada, así que se levantó y comenzó a andar hacía él, quien andaba en la dirección contraria, ahora a un ritmo más calmado.

No había pasado ni medio minuto y ya estaban uno enfrente del otro, en lo que era una situación un tanto extraña, pues dos personas normales se habrían dado dos besos y estarían caminando hacia el centro comercial, pero ellos simplemente se limitaron a mirarse y suspirar.

-Aquí estamos, hehe -dijo ella.

-Te daría un par de besos o un abrazo, pero creo que es más seguro no hacerlo -respondió el chico.

-Bueno, no pasa nada, ¿Vamos hacia allí?

-Vamos, sí, perfecto -comentó él para terminar la conversación.

Ambos comenzaron a caminar, uno al lado del otro, hacia el sitio acordado.

No vieron demasiada gente una vez llegaron allí; de hecho, no la había; ese centro comercial era antiguo y ya pocas personas se pasaban a comprar por ahí, así que era el lugar perfecto para mirar algún que otro escaparate y pasear mientras hablaban de sus vidas, casi sin riesgo de que algo ocurriera.

-¿Qué tipo de tienda te gustaría ver? -preguntó ella.

-¿Qué te parece si primero vamos a una de estas cafeterías de por aquí?

-¡Oh! ¡Buena idea!, ¿Vamos a esa de allá? -dijo ella mientras señalaba un local- Tiene buena pinta.

-Me parece bien, se ve muy nueva.

Tanto él como ella se sentaron en ese establecimiento y conversaron un rato mientras se tomaban sus bebidas y él almorzaba. Después se levantaron y fueron a ojear algún escaparate.

-¡Mira qué collar tan bonito! -exclamó la muchacha mientras pasaban por una joyería.

-Wow, parece muy caro, seguro que no pone su precio para no asustar a los clientes -bromeó él.

-Parece una tienda para gente con mucho dinero, pero si me sobrara dinero no dudaría en venir aquí y comprarme todo, son artículos muy bonitos -comentó ella mientras se le iluminaban los ojos.

Él se rió. No pudo evitarlo.

-Se ven muy lujosos, pero no creo que sean realmente útiles o necesarios, no sé… Yo preferiría comprar otras cosas -dijo él tras echar esa carcajada.

-¿Ah sí? ¿Cómo qué?

-Pues me gustaría comprar algunos electrodomésticos mejores para mi casa, incluso algunos muebles, o viajar, o comprar comida más sabrosa… Pero vamos, ya que no gano casi dinero, me conformo con lo que tengo, no puedo pedir más… Sería peligroso si decido trabajar.

-Ya veo… -contestó ella cambiando su expresión facial a una más triste.

En ese preciso momento escucharon a un hombre gritar a muy poca distancia de donde estaban ellos, y vieron a otro segundo chico correr justo hacia donde se encontraban.

Parecía que estaba escapando mientras el otro señor y su perro le perseguían.

La diferencia de edad le daba una notable ventaja al que corría delante, y el perro del otro señor, a pesar de su tamaño amenazante, parecía no entender la situación, y corría al lado de su dueño como si estuvieran jugando.

Tanto él como ella se quedaron quietos, sin saber muy bien cómo reaccionar, pues el que parecía haber robado algo estaba pasando casi por delante de ellos y ni ella ni él tenían fuerza para detenerlo, además que él no se querían involucrar.

Un segundo después, el supuesto ladrón pasó por delante de ellos y empujó a la chica para intentar entorpecer el paso a su perseguidor.

Ella no cayó al momento, pues intentó mantenerse en pie y justo terminó de perder el equilibrio cuando pasaba corriendo el señor con su perro, chocando contra él y derribándole por la velocidad a la que iba.

El fiel compañero de ese señor parecía estar pasándoselo muy bien hasta que presenció cómo derribaban a su dueño, pues en ese momento cambió por completo su expresión y adoptó un comportamiento algo más hostil hacia la chica.

Él no se quedó quieto al presenciar que su amiga se encontraba enfrente del animal y que este le enseñaba los dientes de manera amenazante, así que decidió ponerse entre medio de ambos y comenzó a hacer un par de movimientos bruscos para alejar al perro, quien sin temor ninguno de sus gestos se lanzó a morderle en la pierna.

Ella en cuanto vio al perro lanzarse hacia él solo pudo pensar que por su culpa aquel chico iba a volver a recibir otra herida, mientras el dueño gritaba a su perro para que no lo hiciera.

Los dientes del can rodearon la pierna, y presionaron la tela de aquel pantalón infringiendo cierto dolor al chico, tan solo hasta que la tela del vaquero cedió y un colmillo del animal hizo contacto con la piel de aquel personaje tan extraño. En ese momento el perro se desintegró casi sin dejar rastro, pues solo su collar quedó en aquella escena.

El ladrón siguió corriendo sin mirar atrás, y tanto el dueño del animal como la chica se quedaron petrificados sin saber qué hacer o decir, de la misma manera que pasó con todos aquellos espectadores que se habían reunido en la escena, pues todas las pocas personas que se encontraban en aquel antiguo centro comercial se encontraban observando la situación.

A los pocos segundos la gente comenzó a salir del shock y empezó a gritar, y a montar un pequeño revuelo.

Mientras tanto el dueño del animal se levantó y soltó un par de gritos mientras se aproximaba hacia él:

-¿¡Qué coño has hecho con mi perro, chico?! ¿¡Dónde está?!

Él, mientras tanto, no escuchaba más que un pitido ensordecedor en su cabeza, y no podía evitar pensar que acababa de desintegrar a un animal en frente de decenas de personas.

-No te acerques, por favor, relájate, no le hagas daño, no era su intención -gritó la chica intentando defender a su amigo.

-El señor no pretendía pegarse con aquel chico, pero quería averiguar dónde estaba su fiel amigo, así que lo sacudió un par de veces hasta que decidió ir a pegarle un pequeña bofetada para que volviera en sí.

-¡¡No lo hagas, aléjate de él, por favor!! -volvió a suplicar la chica.

Pero ya era tarde; la mano de aquel señor estaba a punto de impactar en la cara del chico, y al mínimo contacto aquel hombre desapareció también, quedando solo un montón de ropa de invierno al lado de nuestro protagonista.

Había poca gente, pero aún así se podían oír un montón de comentarios y cuchicheos que no cesaban, y que cada vez se escuchaban más y más alto, hasta que tres guardias de tiendas cercanas salieron a la acción y uno de ellos gritó dejándose escuchar a lo largo y ancho de todo el centro comercial:

-¡¡Las manos arriba!! ¡¡No te muevas y no te haremos daño!!

Él mientras tanto seguía en shock, y ella lloraba al mismo tiempo que suplicaba que no le hicieran daño.

Nadie sabe qué pasó por la cabeza de este peculiar espécimen en aquel momento, pero su impulso fue intentar salir corriendo de la escena y huir de ese sitio, aunque no llegó demasiado lejos, pues uno de los guardias usó su teaser y de un solo disparo el chico quedó inmovilizado mientras unas quince o veinte personas presenciaban aquella escena, donde dos seres vivos habían sido desintegrados, una chica estaba parada de rodillas mientras lloraba sin cesar y un chaval bastante joven había sido reducido por el disparo de un guardia de seguridad.

Entre el shock de la situación y la descarga eléctrica, ahora el chico se encontraba inconsciente, tirado en el suelo, y dos guardias de seguridad se le acercaban apuntándole con un sus armas paralizantes mientras otro de ellos llamaba a la policía, quienes no tardaron mucho en llegar.

Una vez los cuerpos de seguridad nacional estuvieron allí, comenzaron a interrogar a la chica, quien todavía seguía sollozando, al lado de su amigo, para intentar saber qué es lo que sucedía cuando te acercabas a ese chico, que todavía seguía en el suelo desmayado con tan solo su amiga al lado, pues nadie más se atrevía a acercarse.

Ella negaba todo el rato saber algo sobre el chico, ya que no quería desvelar su extraña condición, pero era más que obvio que ella lo conocía y sabía tratar con él; los policías en la escena habían visto vídeos grabados por algunos espectadores con su móvil, y era más que evidente que se conocían.

Al final, tras ver que la chica se negaba a hablar, decidieron llevársela a una comisaría, con cierta precaución y sin tocarla, mientras un equipo de militares se preparaba alrededor del chico inconsciente, esperando a que se despertara por su cuenta y al acecho para intentar no arriesgar ninguna vida en la misión de capturar a ese individuo tan tenebroso y desconocido, a pesar de su tan poco amenazante condición física.

El centro comercial había sido evacuado, y ya había noticias hablando sobre el incidente y varios vídeos virales en la red sobre lo sucedido, y aún así el chico seguía inconsciente, y los guardias y militares no bajaban la guardia.

Al final uno de ellos consiguió un cubo de agua que llenó en un baño, y desde un rango prudencial, lo vertió sobre el cuerpo del chico, quien despertó sobresaltado.

Estaba rodeado de hombres armados, y cualquier movimiento en falso podría acabar con su vida, así que se quedó muy quieto, de la manera en la que aquellos hombres le ordenaron, y se dispuso a responder algunas preguntas al respecto.

Él les contó sobre su tan particular situación, y tras enviar a un perro adiestrado y comprobar que no le pasaba nada mientras tocara solo sus prendas de vestir, los militares decidieron avanzar al siguiente paso, y se lo llevaron hasta un furgón blindado, le despojaron de todas sus pertenencias que no fueran prendas de vestir y lo aislaron en la parte trasera durante el tiempo que estuvieron dirigiéndose a un lugar completamente desconocido.

Mientras tanto, la luz del día se fue disipando y el sol dio paso a la penumbra.

Capítulo 14: Y anocheció

Era bastante de noche cuando el furgón militar se detuvo y el chico pudo salir de la parte trasera del vehículo, para inmediatamente ser arrastrado hasta una celda, donde pasó un par de horas rodeado de militares que no dejaban de apuntar a su cabeza ni un segundo.

Él estaba exhausto, asustado, y no se atrevía a hablar siquiera; es más, no se atrevía a mover ningún músculo, pues se temía la peor de las reacciones por parte de esos hombres, así que se mantuvo sentado, casi inmóvil, durante las dos largas horas que estuvo entre esos barrotes de metal.

Luego le volvieron a ordenar que se moviera, y lo volvieron a encerrar en la parte trasera de otro furgón durante muchas más horas. Él ya había perdido la noción del tiempo, pero cuando de nuevo tuvo permiso para salir del furgón estaba anocheciendo de nuevo; probablemente llevaba casi un día viajando.

Puede sonar ridículo en una situación como esta, pero tras bajar del vehículo lo primero que hizo fue pedir permiso para ir al baño. Ya no podía aguantarse más, llevaba muchas horas con la vejiga llena.

Aún así hicieron caso omiso y a punta de rifles y metralletas lo dirigieron hasta otra celda.

En realidad no era una celda, era más bien una habitación de contención: blanca, sin ventanas ni huecos por los que ver el exterior de esa habitación; tan solo seis paredes formando un hexágono, fabricadas de algún metal o aleación, y un cristal tintado a través del cual no podía ver nada, aunque no dudaba en que ellos veían todo lo que él hacía.

Pocas veces había sentido tanta vergüenza en su vida, pero se vio obligado a mear en una esquina de la habitación a pesar de saber que probablemente hubiera decenas de personas viéndole en ese momento. Sintió como los pocos privilegios y derechos que tenía como ser vivo empezaban a disminuir.

Ahora se encontraba sentado en el suelo, también blanco, sin saber dónde estaba y replanteándose su existencia, imaginando las terribles cosas que podrían hacerle en aquella instalación militar.

Por otro lado, ella estaba a punto de ser liberada, tras muchas horas de exámenes físicos e interrogatorios. No se la habían llevado lejos, y conservaba todas sus cosas, así que al salir de la comisaría lo primero que hizo fue llamarle; quería disculparse. Se sentía culpable. Se sentía culpable como nunca antes en su vida se había sentido, pero al otro lado del teléfono no recibió respuesta alguna.

Volvió a intentarlo. Marcó de nuevo su número de teléfono y escuchó durante casi un minuto como nadie le respondía al otro lado de la línea.

Había estado llorando durante horas, y ya no le quedaban más lágrimas, pero aún así se volvió a derrumbar en llanto. Un llanto cubierto de culpa y rabia.

¡Alto ahí!

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